CÓMO TRANSFORMAR TUS MIEDOS EN LIBERTAD
En otro de mis posts (Del miedo al amor) hablé sobre el amor
que somos en esencia y sobre los miedos, que no son reales aunque nos lo
parezcan y que nos alejan de nuestro verdadero ser.
A lo largo de mi vida, he tenido
muchísimos miedos, debido (entre otras cosas de las cuáles seguramente no soy
consciente todavía) a la infancia que tuve, de la cual no hablaré en este post.
Hoy me centraré en una serie de miedos con un denominador común. Algunos
ejemplos de estos miedos recurrentes, son:
· MIEDO A NO SER SUFICIENTE.
· MIEDO A MOSTRARTE COMO ERES, A DECIR LO QUE PIENSAS O SIENTES O HACER LO QUE QUIERES POR LO QUE PUEDAN PENSAR LOS DEMÁS DE TI.
· MIEDO A DECIR QUE NO O PONER LÍMITES.
· MIEDO A NO SER ACEPTADO.
· MIEDO A TOMAR DECISIONES POR TI MISMO.
· OTROS SIMILARES.
En todos estos miedos, y muchos
otros similares, hay un denominador común: el
miedo a no ser queridos.
Cuando actuamos en base a este
miedo a no ser queridos, al final, es verdad que no hay amor. Y la primera manifestación
de amor que está fallando es el amor hacia nosotros mismos, pues cuando
actuamos de este modo no nos estamos amando, ni respetando, ni teniéndonos en
cuenta. Estamos ausentes de nosotros mismos, pensando que lo hacemos “por amor
a los demás”, pero esta afirmación es falsa. En primer lugar porque yo no puedo
dar lo que no tengo: yo no puedo amar de verdad a los demás, si primero no me
estoy amando a mí mismo. En segundo lugar, porque cuando actuamos de este modo,
esperamos algo a cambio (el amor y reconocimiento de los demás) y si esperas
algo a cambio no es amor.
Esta forma de actuar está tan
arraigada en la sociedad (sobretodo, por las creencias religiosas que nos han
metido en vena, casi desde el nacimiento) que nos parece lo más normal del mundo.
Hasta tal punto que quien osa ponerse en primer lugar a él mismo antes que a los
demás, es tachado de egoísta. Pero si miramos y entendemos bien estas
creencias, y en concreto la frase del maestro Jesús (que las resume muy bien) “Ama
al prójimo como a ti mismo” es fácil darnos cuenta de que nos olvidamos de la
segunda parte, tan importante e imprescindible como la primera.
Es común en estos casos, cuando
actuamos en base al miedo, encontrarnos con que la gente que nos rodea “pasa”
de nosotros, nos manipula emocionalmente, no nos corresponde “como debería”, nos ignora, no cuenta con
nosotros, etc. Y nos sentimos defraudados. Y pensamos “después de todo lo que
yo he hecho por X persona…” o "pero si yo me he portado bien con ella/él". Y lo que está pasando en realidad es que la vida,
a través de estas personas, nos está mostrando una serie de verdades:
- Que el primero que está “pasando” de ti, eres tú mismo. Que no te estás amando y que los demás no lo harán hasta que no lo hagas tú.
- Que el mundo exterior es un reflejo de tu interior: la gente, afuera, te está mostrando lo que tú te haces a ti mismo, por dentro (Ley del espejo).
- Que nosotros mismos creamos la realidad y que podemos cambiarla, cambiando nosotros primero.
Evidentemente, no podemos cambiar
nada de lo que no seamos conscientes primero.
En mi caso, me convertí casi en
una experta sobre cómo funcionan los miedos porque yo tenía todos estos y muchos otros (y todavía tengo muchos),
hasta que comencé a poner el foco de atención en mí, a escucharme a mí primero,
y después al resto de gente.
En este proceso de “reeducación”
o “desaprendizaje”, como ya comenté en otros posts, la práctica diaria de la
meditación me ayudó muchísimo. En primer lugar, porque te permite tomar
conciencia y en segundo lugar, porque te permite poner el foco de atención en
ti mismo.
Aquí abajo detallo los pasos que
yo suelo seguir:
1. RECONOCER QUE TENEMOS “X” MIEDO.
2. HACER CONSCIENTES LAS SITUACIONES EN QUE ACTUAMOS EN BASE A “X” MIEDO.
3. DARNOS PERMISO PARA PODER ELEGIR ENTRE ACTUAR DESDE MIEDO O DESDE EL AMOR.
4. SER COMPRENSIVOS CON NOSOTROS MISMOS CUANDO CONTINUAMOS ELIGIENDO EL MIEDO EN VEZ DEL AMOR Y NO MACHACARNOS O JUZGARNOS.
En cuanto al punto 4, es
importante saber, reconocer que, siempre, uno hace lo que puede en cada
momento, en base a sus recursos internos
y a su nivel de conciencia, así que no podemos juzgar nada, ni a nosotros mismos.
Nuestro peor juez somos nosotros mismos, sin lugar a dudas, pero tenemos que
aprender a tratarnos con compasión y
comprensión.
La práctica de la meditación me
ayudó mucho a prestar atención a mi diálogo
interno (como me hablaba, cómo me trataba, qué cosas me decía a mí misma).
Desde luego no he terminado con mi juez interior, pero intento siempre estar
alerta y pararlo cuanto antes.
Como he dicho antes cuando he
hablado sobre la Ley del espejo, el
exterior siempre va a reflejarte cómo te sientes contigo mismo. Para que el
exterior cambie, has de cambiar tu primero. Y no me refiero a cambiar tu forma
de ser, sino tu forma de tratarte a ti mismo.
Nuestros pensamientos tienen más
poder de crear nuestra propia realidad de lo que creemos. Si piensas “no puedo”,
estás en lo cierto. Si piensas “puedo hacerlo”, estás en lo cierto. Es la Profecía Autocumplida, acuñada por el
sociólogo R. K. Merton en el siglo XX, pero ya conocida en Grecia y en la Índia
desde muchos siglos atrás.
Solo podemos hacer conscientes nuestros
miedos estando aquí y ahora, estando presentes, estando en nuestro centro, convirtiéndonos en observadores neutrales de nuestro propio personaje ganaremos en poder de elección.
Toda situación en la vida es una
oportunidad de elección: elegir entre el miedo o el amor (el amor hacia ti
mismo, y después, hacia los demás). Porque aunque a veces nos justificamos
pensando que actuamos como lo hacemos, por amor a los demás, en realidad,
actuamos por miedo a que no nos quieran si no actuamos de ese modo. Así que,
hemos de tener cuidado y no creernos estas mentiras del ego o personaje.
La mejor manera de saber si
actuamos en base al miedo o el amor es escuchar
a nuestro corazón, conectarnos con él y hacer lo que él nos dicte. Él nunca
se equivoca.
Muchos estamos tan desconectados
de nuestro corazón que nos costará trabajo acceder a él. Y vuelvo a repetir
aquí: la meditación, el silencio, escucharnos interiormente, reservar ese tiempo diario para nuestra
cita con nosotros mismos es fundamental. Más fácil será no perder nuestro
centro, nuestra conexión, ante cualquier situación que se nos presente en la
vida.
Como he dicho más arriba, la
meditación nos ayuda a ser observadores de nuestro personaje. ¿Qué significa
esto? Pues significa despegarnos de él, de nuestra historia vital, de nuestros
sistemas de creencias, y observarlos desde fuera. Es como poner distancia de “lo
que crees que eres” para contemplarlo en perspectiva. Es como cuando te
encuentras en medio de un bosque, perdido. Posiblemente, subir a una montaña
cercana y poder ver más allá de los infinitos árboles que te rodean, te ayudará
a saber qué camino elegir.
Si no nos despegamos, no tenemos
posibilidad de elección. Si no tenemos libertad de elección, lo que hacemos
ante determinadas situaciones es reaccionar en vez de responder libremente.
Cuando andamos por el mundo en
piloto automático (dormidos) siempre reaccionamos, no respondemos, porque no
hay posibilidad de elección, no hay libertad interior. Después, nos diremos a nosotros mismos cosas como “es que siempre me pasa lo mismo”, “siempre me pasa a mí”, “no
puedo salir de este bucle”, “qué mala suerte tengo”. Y no es mala suerte: es
inconsciencia.
Por ejemplo: nos encontramos ante
una situación en la que nos debatimos entre decir la verdad (confianza y amor)
o mentir “para no hacer daño al otro”.
Y pensamos: “No se lo voy a decir
porque xxxxxxx”, “le diré que no voy porque xxxx” (pon tú la excusa que quieras.
El ego siempre tiene una explicación más o menos elocuente para justificar su
actuación en base al miedo).
Y elegimos el miedo en vez del
amor (el amor entendido como sinónimo de confianza).
Aquí estamos siendo incoherentes
interiormente. La coherencia es
cuando existe una alineación total entre lo que sentimos, pensamos, decimos y
actuamos. Cuando no hay coherencia, es que estamos eligiendo el miedo en vez
del amor. Es una forma sencilla de darnos cuenta. Pero para eso, hemos de
desapegarnos de nuestro personaje para no creernos las excusas y
justificaciones que siempre tiene disponibles y que parecen tan convincentes.
A veces, incluso, ocurre también
que hay miedos que están tan arraigados
que pensamos que forman parte ineludible de nuestra personalidad.
Por ejemplo: “es que a mí no me
gusta hablar en público, no se me da bien” o “no me gusta viajar”.
Puede que sea cierto, y puede también
que detrás de esa afirmación haya un miedo a exponerse y hacer el ridículo (en
el primer caso) o un miedo a coger un
avión, un miedo a lo desconocido o a salir de una zona de confort, etc (en el
segundo caso).
Estos miedos pueden venir de
algún trauma infantil, del transgeneracional o incluso, de otras vidas, y como
no recordamos su origen, creemos que forman parte ineludible de nuestra forma
de ser. A mí me ha funcionado el aprender a cuestionármelo todo. No quedarnos
en el “es que yo soy así” pues esta postura rígida nos limita, y seguro, hay un
regalo vital detrás de cada limitación que nos autoimponemos inconscientemente.
Gracias, muy ciertas tus palabras,aunque no es fácil tener ese tiempo de desconexión del entorno debido al afán y la presion que produce el querer hacer todo..sin embargo entiendo por tu experiencia que es necesario oírse y hablarse con amor, generalmente no lo hago, reacciono y es allí donde afloran los miedos aprendidos y con los cuales es difícil batallar..gracias x tu blogs
ResponderEliminarGracias por tu comentario, y perdona por mi tardanza en contestar. La verdad es que he visto hoy unos cuantos comentarios por revisar, entre ellos el tuyo. Me alegra que te aporte lo que comparto y te agradezco mucho que comentes, pues es gratificante sentir que alguien al otro lado conecta con lo que escribes. La verdad es que sí, se hace difícil guardarse un tiempo para uno mismo, pero yo siento que es necesario si no queremos perdernos en esta vorágine de sociedad que nos impulsa a estar haciendo y haciendo, muchas veces sin sentido, y en detrimento de nuestro bienestar, tanto interior como exterior. Un abrazo
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