MI ALIADA, LA ANSIEDAD
MI ALIADA, LA ANSIEDAD…
En noviembre de 2014, después de
la muerte de mi padre comencé a tener ataques de ansiedad muy fuertes. Al
principio pensé que eran parte del proceso de duelo pero iba pasando el tiempo,
yo me encontraba mucho mejor, y los ataques continuaban.
Tenía ya mi plaza de funcionaria,
algo que muchos anhelarían o considerarían un sueño. Estaba trabajando, en
teoría, de lo que a mí me gustaba y tenía un empleo “asegurado para toda la
vida”. Continuaba teniendo las amigas de toda la vida. Mis relaciones con la
gente que me rodeaba aparentemente eran buenas. Toda mi vida afuera parecía
estar “en orden”, sin embargo, yo sentía un gran vacío en mi interior. Un vacío
que no podía definir.
Los ataques de ansiedad eran casi
diarios. En aquel momento no entendía nada de nada. No sabía qué era la
ansiedad, nunca había sufrido nada parecido. La gente a mi alrededor me solía
decir frases como “tranquilízate”, “no le des tantas vueltas a las cosas”, “no
te preocupes tanto”. De nada me servía todo aquello, aunque me lo dijesen con
la mejor intención y con el propósito de ayudarme con sus palabras, yo sentía
que nadie podía entender lo que me estaba sucediendo. Pues yo no estaba
preocupada, ni nerviosa, ni le daba vueltas a nada en especial. Simplemente,
los ataques venían y me pillaban por sorpresa, haciendo lo que fuera que
estuviese haciendo en aquel momento: trabajando, conduciendo, de fiesta con
amigos, tumbada en el sofá o en la cama a punto de dormir… Aparentemente, daba
igual lo que fuese que estuviese haciendo o pensando.
Un día, mientras conducía
volviendo del trabajo, comencé a sentir las punzadas en el pecho, el dolor
comenzó a expandirse hacia el brazo izquierdo y la mandíbula, comencé a sentir
que mis brazos y mis piernas se dormían, tenía náuseas y el estómago revuelto,
la visión borrosa. Me temblaban las manos y las piernas y no conseguía ver la
carretera. No sé cómo lo hice, pero recuerdo que aceleré y desvié mi coche
hacia una gasolinera cercana. Recuerdo muy poco, la verdad, fue como un mal
sueño. Sé que acabé en urgencias porque una ambulancia vino a por mí. No
recuerdo qué pasó con mi coche, quien lo recogió, ni las caras de las personas
que me atendieron. En aquel momento, decidí coger la baja y dedicarme un tiempo
a mí misma.
Mi médico
de cabecera me recomendó tomar pastillas para tranquilizarme y poder dormir
pero dentro de mí, una voz me decía que no, que aquella no era la solución a lo
que me estaba ocurriendo, tan solo un parche provisional.
Decidí empezar por conocer a
fondo a qué me estaba “enfrentando”. Comencé a buscar información, a leer
libros sobre el trastorno de ansiedad generalizado y los ataques de pánico. Vi
que en todos ellos se explicaba el triángulo que había detrás de estos
trastornos: emociones – pensamientos - síntomas físicos. Me di cuenta de que el
triángulo, era más bien un círculo donde no había un orden claro entre estos
tres factores. Al menos yo no veía el orden, ni tampoco era consciente de las
emociones o pensamientos que había detrás de los síntomas físicos que
experimentaba. Cuando comencé a observar mis ataques de ansiedad, me empecé a
dar cuenta de que los pensamientos y las emociones venían después de los
síntomas. Pensamientos del tipo “y si…”, por ejemplo: y si esta vez no es un
ataque de ansiedad? Y si me estoy muriendo? Y si estoy sufriendo un ataque al
corazón? Y las emociones de angustia, desesperación y cansancio, entre otras,
se despertaban después. Aquello me sirvió para conocer mejor lo que me estaba
ocurriendo pero no hizo que desaparecieran. Me decía a mí misma “si no puedes
con tu enemigo, únete a él”.
Poco tiempo después de aquello,
mi psicóloga me habló de un curso de meditación que se iba a impartir en su
centro. Decidí apuntarme. Nunca antes había meditado. Al principio me costó
acostumbrarme a estar en la posición del loto porque padecía por aquel entonces
muchos dolores de espalda (que en cierta medida, aún padezco) que comenzaron
después de la muerte de mi padre y estaba tan pendiente del dolor que no conseguía
estar quieta ni dejar de quejarme interiormente. Algunas veces terminaba
acostándome en el suelo pero siempre acababa la sesión. Decidí comenzar a hacer
meditación en casa también. Y lo que empezó a suceder, para mí fue milagroso. Todo
lo que comencé a hacer consciente en mi vida con la práctica diaria de la
meditación bien se merece otro post aparte pero en lo que concierne a mis
ataques de ansiedad, la verdad es que desaparecieron totalmente en un año, más
o menos. Al principio fueron reduciéndose en intensidad, fueron alargándose los
periodos de tiempo entre un ataque y el siguiente, y finalmente desaparecieron.
Esto tiene mucho que ver con todas las cosas de las que fui tomando conciencia
durante aquel tiempo pero sé que la práctica de la meditación me ayudó
muchísimo en aquel proceso.
Recuerdo que muchos días me ponía
a meditar y comenzaban a embargarme emociones de tristeza, angustia, miedo que
no sabía de donde venían. Lo único que hacía era estar conmigo y dejarme sentir
aquellas emociones. Había días en que terminaba exhausta de tanto llorar. Una
parte de mí sentía que todo estaba yendo a peor pero, en realidad, tiempo
después comprendí que mi ser necesitaba que dejase salir todo aquello, y lo
abrazara, sentirlo al máximo, dejarme caer, romperme del todo para volverme a
reconstruir.
Uno de aquellos días, en plena
meditación, sentí un miedo muy profundo. Al principio, no sabía definir a qué.
De repente, algo dentro de mí, me dijo “Tienes miedo a morir. Morir sola”. No
supe de donde venía aquella voz pero empecé a llorar como si no hubiera un
mañana. No sé cuánto tiempo pasó, cuánto tiempo estuve allí, recostada en el
sofá de aquel piso de alquiler, sintiendo aquel miedo, aquella soledad y
abrazándome.
Después de aquello no tuve más
ataques de ansiedad. Aquel día fue el último.
Lo que me ha quedado claro,
mirándolo ahora desde la distancia, es que la ansiedad, lejos de ser mi
enemiga, era una aliada. Me estaba llamando la atención sobre aspectos dentro
de mí que necesitaban ser atendidos. Eran gritos de socorro. Era mi ser diciendo
“hazme caso ya!!!!”. Mirar adentro, sin miedo, aceptando lo que había, dejándome
sentir, sin rechazarlo, por muy desagradable que fuera, sin entenderlo siquiera
en aquellos momentos, fue lo que me salvó.
Como decía C. G. Jung "lo que resistes, persiste. Lo que aceptas, te libera".
Todo cuánto nos sucede tiene una razón de ser. Aunque en ese momento no podamos verlo o entenderlo. Y todo es para nuestro bien, para nuestro crecimiento, para que lleguemos a ser quienes hemos venido a ser. Aunque nuestro ego siempre intente juzgarlo todo, como bueno o malo, todo tiene un sentido profundo. Podemos abrir los ojos y ver el regalo o seguir dormidos hasta la siguiente oportunidad que nos presente la vida.
Muchas gracias Carol por contarnos con tanta honestidad tu proceso con la ansiedad. Me he emocionado leyéndote. Tu vivencia tiene mucho valor para ayudarnos a otros. Un abrazo!
ResponderEliminarGracias a ti, Nacho! por leer, por comentar, por ser y estar, y por el trabajo tan valioso que realizas. Un abrazo desde Valencia.
EliminarHola Carol! Soy Merche y actualmente estoy pasando por un proceso de ansiedad que ya me lleva unos meses y la verdad es que se pasa mal. Tus palabras son muy enriquecedoras para mi, ojala encuentre sentido a todo esto que me está pasando. Gracias por escribir! Saludos
ResponderEliminarGracias a ti por leer, me alegra que te sirva mi compartir porque esa es la razón por la que escribo mi experiencia. Un abrazo grande
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