DE CONEXIONES Y DESCONEXIONES

Estamos más conectados que nunca, y a la vez, más desconectados que nunca. Cada vez proliferan más los medios a través de los cuáles comunicarnos con gente desde cualquier parte del mundo y, sin embargo, aunque cada vez tengamos más formas y de lo más diversas, nuestra comunicación es de peor calidad. Cada día hay más gente que se siente sola o incomprendida, aunque en su perfil de Facebook tenga 892 amigos.

Podemos mantener unas 50 conversaciones diarias, por poner un número, y sin embargo, no llegar a comunicar en ninguna de ellas lo que de verdad nos gustaría, lo que de verdad nos preocupa, lo que de verdad necesitamos sacar de dentro. Y es que, muchas veces, ni nosotros mismos somos conscientes de ello porque estamos totalmente desconectados de nosotros mismos. No nos damos el tiempo, ni el espacio suficientes para estar en nuestra propia compañía, para escuchar nuestras necesidades, para conectarnos con nuestro sentir y dejarnos sentir lo que sea que esté yendo por dentro nuestro. Estamos desconectados de nosotros mismos, y por tanto, de los demás.

Posiblemente hay una creencia bastante extendida socialmente sobre que hemos de estar siempre bien, mostrar una cara hacia al exterior y esconder nuestros problemas de puertas hacia dentro. Y estas puertas, muchas veces, están tan cerradas que no nos damos permiso para abrirlas ni a nosotros mismos por miedo a lo que podamos encontrar.

El tipo de sociedad en la que vivimos “nos empuja” a estar continuamente ocupados en algo externo: las noticias (siempre desesperantes, mostrándonos solo la parte cruda de la realidad, una y otra vez, como si no hubiese nada bueno por lo que estar agradecidos), los anuncios (que nos invitan a consumir convirtiendo en necesidades lo que solo son caprichos y haciéndonos creer que nuestra felicidad depende de ello) o los programas de debate político (donde siempre salen las mismas personas, hablando sobre las mismas cosas, y metiéndonos en la cabeza que esas son las opciones que tenemos) son solo unos ejemplos. Salimos de casa y vamos a un bar a tomar algo y más de lo mismo. La mayor parte de las conversaciones que escuchamos son sobre estos temas mencionados más arriba. Sin darnos cuenta (porque vivimos dormidos, en piloto automático) pasamos un gran porcentaje de nuestro tiempo y malgastamos una cantidad enorme de energía en una espiral de quejas, quejas y más quejas de las que nos resulta casi imposible salir, y es que, dejamos la responsabilidad de nuestro bienestar en terceras personas, entregándoles gran parte de nuestro poder personal. Esperamos que cambie el exterior para cambiar nosotros. Miramos hacia afuera en vez de mirar hacia dentro. El vacío interior es directamente proporcional a la espiral consumista.

Qué pasaría si cambiásemos el foco de atención? Si en vez de preguntarnos qué puede hacer X por mí, nos preguntásemos: qué puedo hacer yo por mí? Y comenzásemos a prestarnos la atención que necesitamos, a dedicarnos un tiempo a escucharnos? A sentir lo que necesitemos sentir, sin taparlo o disimularlo de ninguna manera? Yo estoy segura de que el mundo, tal y como ahora lo conocemos, sería muy distinto.

No somos conscientes de ello, pero hay una ley universal, que ya los egipcios conocían y que se recoge el El Kybalion, según la cual “lo que es arriba, es abajo” y “lo que es dentro, es afuera”. Es la Ley de correspondencia y nos muestra que todo lo que vemos fuera de nosotros es un reflejo de cómo estamos nosotros por dentro (nuestras creencias, nuestros pensamientos, nuestra actitud con los demás…). Por tanto, no puede haber cambio fuera que no comience por un cambio interior.


Como decía Leon Tolstoi “todos quieren cambiar el mundo pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”.  

Comentarios

Entradas populares