¿EN QUÉ PUEDE AYUDARNOS LA MEDITACIÓN? (I)
A lo largo de un día, más de 60.000 pensamientos pasan por dentro nuestro, pero menos del 3% son pensamientos voluntarios o conscientes. Es decir, más del 97% de los pensamientos son inconscientes, lo cual no significa que no tengan su efecto en nosotros, en cómo nos sentimos, en cómo actuamos y en cómo percibimos la realidad, como consecuencia.
Nuestros pensamientos son creadores, en el sentido que crean la percepción que tenemos del mundo, de nosotros mismos y del resto de personas que nos rodean. Nos condicionan a la hora de gestionar determinadas situaciones que se nos presentan en la vida y en nuestras relaciones personales. Por este motivo es tanto importante hacer conscientes nuestros pensamientos, para que dejen de controlarnos, para dejar de identificarnos con ellos y para poder cambiarlos, si es el caso. Porque nosotros no somos lo que pensamos.
No nos damos cuenta, pero vivimos dominados por nuestra mente. Y la mente es un instrumento al servicio del hombre, no al revés. Mientras no seamos conscientes, más dormidos viviremos.
Una de las formas más sencillas y eficientes para hacer conscientes nuestros pensamientos y evitar que nos dominen o nos condicionen es la práctica de la meditación.
La meditación, al contrario del que mucha gente piensa, no tiene como finalidad vaciar la mente. Querer vaciar la mente es una intención, voluntaria, que seguramente (y si no, lo podéis probar) producirá el efecto contrario al que querríamos cuando empezamos a meditar. Que la mente cada vez se encuentre más despejada de pensamientos es una consecuencia de la práctica constante de la meditación pero no es su exclusiva finalidad. La meditación nos sirve por muchísimas razones, entre ellas, la que abordaré en este escrito: hacer conscientes nuestros pensamientos y darnos cuenta que no somos lo que pensamos.
Cuando empecé con la práctica de la meditación, una de las cosas de las que me di cuenta fue que muchos de los pensamientos que pasaban ante mí eran reiterativos, es decir, iban pasando una y otra vez, de manera circular.
También me hice consciente que muchos de ellos eran pensamientos negativos sobre mí misma, sobre mi auto-imagen, autocríticas, y que si estas cosas eran las que yo me decía sobre mí, esta era, sin lugar a dudas, la imagen que yo proyectaba hacia el exterior.
Otra de las cosas de las que fui consciente fue que estos pensamientos, a los cuales yo no me interponía para nada, ni tampoco me enganchaba a ellos, sólo los dejaba pasar por delante de mí, cada vez aparecían menos a menudo. Me recordó aquella frase de C.G.Jung que decía “Lo que resistes, persiste. Lo que aceptas te libera”.
Otra cosa curiosa de la que fui consciente fue que podía pensar de una forma determinada un día, y de manera contraria al día siguiente, o tiempo después. Esto me hizo reflexionar mucho. Empecé a preguntarme en qué grado esos pensamientos eran míos o los había ido adquiriendo a lo largo del tiempo, en qué grado esos pensamientos me definían. Y con el tiempo me he dado cuenta que ninguno de estos pensamientos son míos ni me definen de ninguna forma porque la realidad es que todas nuestras “formas de pensar” son adquiridas (en base a la sociedad donde vivimos, la familia donde hemos crecido, la educación recibida, las experiencias de vida que nos ha tocado atravesar, etc) y además cambian con el tiempo.
También me di cuenta de que en muchas ocasiones, cuando me sentaba a meditar, yo no quería pensar, y sin embargo, estaba pensando. Cuando haces consciente este "fenómeno" te empiezas a preguntar: si "yo" no quiero pensar pero "yo" estoy pensando... ¿quién es el "yo" que no quiere pensar? y ¿quién es el "yo" que está pensando? Y es en este punto donde surge la conciencia testigo.
Desarrollar la conciencia testigo nos ayuda a desapegarnos de “nuestro personaje” (personalidad o ego) y comenzar a verlo desde un punto más elevado. Nos damos cuenta de que no solo somos eso, sino que somos la conciencia pura que observa al personaje. Esto es profundamente revelador y transformador.
Normalmente nos identificamos con lo que pensamos, con las ideas, las creencias, las opiniones, las ideologías que tenemos sobre cualquier cosa. Todo esto parece formar parte ineludible de nuestro “carácter”, de nuestra “personalidad”, que consideramos fija e inmutable, construida a lo largo de muchos años a través de la nuestra historia personal, nuestras experiencias de vida. Pero si nos paramos a observarnos, y además, consideramos que formamos parte de un mundo más amplio, de un universo donde nada es fijo, todo es cambiante, todo evoluciona, se transforma y fluye sin resistencia, parece más razonable pensar que esto también es aplicable a nosotros mismos como parte de este todo.
Tú no eres el mismo que eras ayer. Y tampoco serás el mismo mañana.
Darme cuenta que yo no soy sólo lo que pienso, es darme cuenta que yo no soy sólo lo que pienso que soy. Que puedo ser muchas más cosas y ninguna de ellas a la vez. Que puedo abarcarlo todo, o puedo no abarcar nada. Que puedo ser una cosa y su contrario al mismo tiempo. Esto es como decir que soy un recipiente donde todo cabe y, evidentemente, da mucho miedo porque el sentido de “identidad personal” se pierde y nos invade la inseguridad, el vacío, la incertidumbre, el no saber, porque: si yo no soy el que pienso que soy... quién soy?
Pero, paradójicamente, cuanto más abierto me encuentro a dejar que cualquier cosa se manifieste a través de mí, sin juzgarla, más abierto estoy también a aceptar cualquier tipo de manifestación en aquellos que me rodean, sin juzgarlas tampoco.
Nuestros pensamientos son creadores, en el sentido que crean la percepción que tenemos del mundo, de nosotros mismos y del resto de personas que nos rodean. Nos condicionan a la hora de gestionar determinadas situaciones que se nos presentan en la vida y en nuestras relaciones personales. Por este motivo es tanto importante hacer conscientes nuestros pensamientos, para que dejen de controlarnos, para dejar de identificarnos con ellos y para poder cambiarlos, si es el caso. Porque nosotros no somos lo que pensamos.
No nos damos cuenta, pero vivimos dominados por nuestra mente. Y la mente es un instrumento al servicio del hombre, no al revés. Mientras no seamos conscientes, más dormidos viviremos.
Una de las formas más sencillas y eficientes para hacer conscientes nuestros pensamientos y evitar que nos dominen o nos condicionen es la práctica de la meditación.
La meditación, al contrario del que mucha gente piensa, no tiene como finalidad vaciar la mente. Querer vaciar la mente es una intención, voluntaria, que seguramente (y si no, lo podéis probar) producirá el efecto contrario al que querríamos cuando empezamos a meditar. Que la mente cada vez se encuentre más despejada de pensamientos es una consecuencia de la práctica constante de la meditación pero no es su exclusiva finalidad. La meditación nos sirve por muchísimas razones, entre ellas, la que abordaré en este escrito: hacer conscientes nuestros pensamientos y darnos cuenta que no somos lo que pensamos.
Cuando empecé con la práctica de la meditación, una de las cosas de las que me di cuenta fue que muchos de los pensamientos que pasaban ante mí eran reiterativos, es decir, iban pasando una y otra vez, de manera circular.
También me hice consciente que muchos de ellos eran pensamientos negativos sobre mí misma, sobre mi auto-imagen, autocríticas, y que si estas cosas eran las que yo me decía sobre mí, esta era, sin lugar a dudas, la imagen que yo proyectaba hacia el exterior.
Otra de las cosas de las que fui consciente fue que estos pensamientos, a los cuales yo no me interponía para nada, ni tampoco me enganchaba a ellos, sólo los dejaba pasar por delante de mí, cada vez aparecían menos a menudo. Me recordó aquella frase de C.G.Jung que decía “Lo que resistes, persiste. Lo que aceptas te libera”.
Otra cosa curiosa de la que fui consciente fue que podía pensar de una forma determinada un día, y de manera contraria al día siguiente, o tiempo después. Esto me hizo reflexionar mucho. Empecé a preguntarme en qué grado esos pensamientos eran míos o los había ido adquiriendo a lo largo del tiempo, en qué grado esos pensamientos me definían. Y con el tiempo me he dado cuenta que ninguno de estos pensamientos son míos ni me definen de ninguna forma porque la realidad es que todas nuestras “formas de pensar” son adquiridas (en base a la sociedad donde vivimos, la familia donde hemos crecido, la educación recibida, las experiencias de vida que nos ha tocado atravesar, etc) y además cambian con el tiempo.

También me di cuenta de que en muchas ocasiones, cuando me sentaba a meditar, yo no quería pensar, y sin embargo, estaba pensando. Cuando haces consciente este "fenómeno" te empiezas a preguntar: si "yo" no quiero pensar pero "yo" estoy pensando... ¿quién es el "yo" que no quiere pensar? y ¿quién es el "yo" que está pensando? Y es en este punto donde surge la conciencia testigo.
Desarrollar la conciencia testigo nos ayuda a desapegarnos de “nuestro personaje” (personalidad o ego) y comenzar a verlo desde un punto más elevado. Nos damos cuenta de que no solo somos eso, sino que somos la conciencia pura que observa al personaje. Esto es profundamente revelador y transformador.
Normalmente nos identificamos con lo que pensamos, con las ideas, las creencias, las opiniones, las ideologías que tenemos sobre cualquier cosa. Todo esto parece formar parte ineludible de nuestro “carácter”, de nuestra “personalidad”, que consideramos fija e inmutable, construida a lo largo de muchos años a través de la nuestra historia personal, nuestras experiencias de vida. Pero si nos paramos a observarnos, y además, consideramos que formamos parte de un mundo más amplio, de un universo donde nada es fijo, todo es cambiante, todo evoluciona, se transforma y fluye sin resistencia, parece más razonable pensar que esto también es aplicable a nosotros mismos como parte de este todo.
Tú no eres el mismo que eras ayer. Y tampoco serás el mismo mañana.
Darme cuenta que yo no soy sólo lo que pienso, es darme cuenta que yo no soy sólo lo que pienso que soy. Que puedo ser muchas más cosas y ninguna de ellas a la vez. Que puedo abarcarlo todo, o puedo no abarcar nada. Que puedo ser una cosa y su contrario al mismo tiempo. Esto es como decir que soy un recipiente donde todo cabe y, evidentemente, da mucho miedo porque el sentido de “identidad personal” se pierde y nos invade la inseguridad, el vacío, la incertidumbre, el no saber, porque: si yo no soy el que pienso que soy... quién soy?
Pero, paradójicamente, cuanto más abierto me encuentro a dejar que cualquier cosa se manifieste a través de mí, sin juzgarla, más abierto estoy también a aceptar cualquier tipo de manifestación en aquellos que me rodean, sin juzgarlas tampoco.
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