TRASTORNO DE ANSIEDAD GENERALIZADA Y DESPERTAR DE CONCIENCIA (I)
Durante el tiempo en que estuve
sufriendo trastorno de ansiedad generalizada, como comenté en mi primer post
titulado Mi aliada, la ansiedad, leí
un montón de libros sobre el tema para saber en qué consistía y a qué me estaba
enfrentando. En estos libros se definía el trastorno de ansiedad como un
trastorno mental en el que, a menudo, una persona se encuentra preocupada o
ansiosa respecto a muchos temas y sin motivos aparentes y le parece difícil
controlar sus síntomas. Se enlazan los síntomas
físicos (sudoración, mareos, dolores de estómago, insomnio, dolores en el
pecho, palpitaciones, sensación de irrealidad…) con esa preocupación excesiva e irracional o pensamientos catastrofistas y las típicas preguntas,
también irracionales, que se disparan después de los síntomas: los “y si…” (¿y
si esta vez no es un ataque de ansiedad?, ¿y si me muero?, ¿y si tengo un ataque al corazón?) y las emociones que sentimos después. Las
causas de este tipo de trastorno, en realidad, se desconocen pero en muchos de
estos libros se expone que puede ser que intervengan los genes, que sea hereditario.
En los libros que leí se explicaba que las personas con TAG siempre esperan que
las cosas salgan mal y no pueden dejar de preocuparse por su salud, el dinero,
la familia, el trabajo o los estudios. Ese miedo o preocupación es irracional y
desproporcionado, y la ansiedad acaba dominando la vida del individuo
impidiéndole realizar las actividades diarias.
Sin embargo, a mí había algunas
cosas que leía que no me cuadraban para nada, pues en mi caso los pensamientos
y la preocupación venían siempre después del ataque de ansiedad y no antes. Yo
no me encontraba preocupada, ni estresada, ni pensaba demasiado y por eso tenía
los ataques, sino que primero empezaron los ataques y después llegó el miedo y
la preocupación excesivas. El miedo a realizar mis tareas diarias comenzó
después de tener varios ataques de ansiedad mientras estaba en el trabajo o
mientras conducía, de modo que comencé a evitar hacer determinadas cosas por si
me cogía algún ataque en medio de aquellas situaciones. De hecho, esta es una
de las conductas típicas cuando una persona padece este “trastorno” (y lo pongo
entre comas porque para mí no es un trastorno): la evitación o huida. Otra conducta típica es la de comprobación o confirmación: acudir al
médico después de un ataque de ansiedad para corroborar que estamos bien, que
no tenemos ningún problema de salud.
Claro, toda esta información que
extraía de los libros se basaba en la psicología clásica y en la psicoterapia
cognitivo-conductual, sobretodo. En muchos de estos libros había infinidad de
modelos de tablas donde registrar este triángulo (pensamientos irracionales –
emociones – síntomas físicos) y la situación concreta en que se daba el ataque
(por ejemplo: en el trabajo, en una fiesta, etc). En mi caso, conocer todas
estas cosas me sirvió de alguna manera para conocer un poco qué era aquello que
me estaba ocurriendo pero de modo “racional”. Sin embargo, mis síntomas no
mejoraron. Aquello me fue corroborando que no todo lo que se explicaba en los
libros era una verdad absoluta y que la terapia cognitivo-conductual era muy
limitada porque a partir de mi experiencia descubrí que detrás de aquel trastorno,
como detrás de cualquier enfermedad, había mucho más.
Hace unos días, encontré un
artículo de un psicoterapeuta, el Dr Jose Antonio García Higuera, y el párrafo
que comparto a continuación me llamó mucho la atención:
“Si bien
el tratamiento cognitivo-conductual es el único que ha demostrado ser eficaz en
el tratamiento del trastorno de ansiedad generalizada, su eficacia no llega al
nivel que se ha conseguido en otros trastornos ansiosos. En este trastorno,
cerca del 50% de los pacientes tratados con terapia cognitivo conductual no
obtienen mejoras. Las técnicas cognitivas no dan el resultado esperado. La
terapia cognitiva con la reestructuración y su disputa de la racionalidad de
los pensamientos no siempre es efectiva en estos casos. La simple relajación
también tiene una aplicación limitada porque la activación de los síntomas no
se asocia directamente a la preocupación”.
Él afirma que el tratamiento
cognitivo-conductual es el único que ha demostrado ser eficaz en el tratamiento
de este trastorno, algo que no comparto en absoluto, sin embargo, acepta que su
eficacia es limitada.
Hace unos meses leí el caso de
una psicóloga que tuvo ansiedad y en el artículo ella misma explica que ninguno
de los consejos y herramientas que ella proporcionaba a sus clientes con
ansiedad le sirvieron para superarla.
En mi caso, el trastorno de
ansiedad me llevó a un proceso de despertar
de mi conciencia o despertar espiritual, que para mí es lo mismo. Descubrir la meditación para mí
fue un gran regalo y fue lo que me permitió ver la luz al final del túnel.
Cuando empecé a poner el foco de atención en mí misma y no en
las circunstancias externas o en los demás, cuando comencé a dejar que los
ataques de ansiedad me acompañaran, a sentirlos de verdad sin intentar huir de
ellos, a llorar todo lo que necesitaba llorar, a estar conmigo y dedicarme
tiempo, empezaron a surgir un montón de cosas de las que no había sido
consciente hasta el momento y tuve que mirarlas a los ojos y aceptarlas para
poder transformarlas. Y en realidad a quien transformé fue a mí. Pasé meses
escribiendo sobre todas estas cosas que iban surgiendo, atendiéndolas y
asimilándolas. Todas estas cosas que hice conscientes no caben en este post
pero fueron resultado de un proceso de introspección y no se limitaban a “estar
preocupada por algo irracionalmente” como había leído en tantos libros, sino
que fueron como una muerte y una resurrección. Toda mi identidad se fue
rompiendo en pedazos.
Con todo esto, a lo que quiero
llegar es a que los ataques de ansiedad, traían consigo una serie de mensajes a
los que debía prestar atención y preguntas que debía formularme. Estos mensajes
y estas preguntas provenían de mi verdadero SER, a quien no había escuchado
hasta el momento porque estaba completamente desconectada de quien era en
realidad, completamente identificada con el personaje que había ido creando
durante toda mi vida para ser aceptada, valorada, querida, etc. Y la verdad es que todos, en un grado u otro, lo
hacemos, lo que ocurre es que no nos damos cuenta. Vivimos completamente
dormidos, en piloto automático, hasta que alguna sacudida fuerte, alguna crisis, alguna enfermedad, desmorona
nuestro castillo de naipes.
Y termino este post con una frase
de Charles Jones que dice: “Las cosas no salen mal para amargarte o rendirte.
Son para romperte y reconstruirte, y que puedas ser todo lo que debías ser”.
Simplememte muchas gracias. Ire siguiendo tus pasos
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por leer y por comentar. Siento haberte respondido tan tarde, llevaba unos cuantos meses sin revisar los comentarios, porque no me acordaba que tenía que aprobarlos antes de que se publicaran, así que pensé que simplemente no tenía comentarios, jeje. Ya ves! Un abrazo y gracias!
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